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-- Escritores por Juárez

2ndo Encuentro de Escritores de Ciudad Juárez

2ndo Encuentro de Escritores de Ciudad Juárez
Epicentro Juárez

9/16/2011

Burritos de Pura Bala: Un Viaje a Juárez

-There is nothing to see here. I used to live here, you know.
-You are going to die here, you know. Convenient.

Luke Skywalker y Han Solo en camino a enfrentar la bestia del desierto (Sarlacc).


Por Martin Camps

Cuando les decía que iba a Juárez todos me veían como a un difunto, me daban abrazos más largos de despedida, me hablaban de los buenos tiempos, como si nos despidiéramos para siempre. Mejor no vayas, decían, he oído que está bien feo allá, mejor quédate en El Paso, no te vaya a pasar algo. Después de una campaña así, en la noche antes del viaje, cuando ya de por sí no duermo bien por esa mezcla de estrés y emoción antes de emprender la salida, me desperté a las tres de la mañana con la espalda sudada, después me mantuvo despierto la señora paranoia: qué tal si me tocaba una bala perdida, de esas que siempre alcanzan a los inocentes, qué tal si me confundían con un maleante. Después de todo, los sicarios no piden disculpas si no le atinan a su víctima, no dicen, hay disculpe las balas no eran para usted. Si le toca a uno, como dicen, ya nada importa, llegan los municipales, los federales, el ejército, la gente se amontona, ya se echaron a otro, dicen, empieza el velorio de poner numeritos a las balas, como los numeritos que dan en los restaurantes para recibir la orden de arrachera, los periodistas toman fotos, nada digno, porque la muerte nunca es digna, y allí queda todo en el cajón de las anécdotas porque igual y al sicario luego le toca o de pronto lo apresan y uno sólo es un número que ellos recuerdan en su pared de rayitas donde miden a todos los que se han echado (¿a la memoria sin remordimientos? ¿o dónde los echan?).


Total que al día siguiente me fui a Juárez. Llegué al aeropuerto de El Paso, después de una escala en Phoenix que en medio del invierno es un horno de microondas al aire libre. El clima en ELP no estaba tan infernal, hasta soportable, pero la sequedad del ambiente es cruel, una gota de agua en el asfalto es deglutida al instante por una hormiguero invisible.  Me dejaron en el puente Zaragoza, de allí podía caminar a Juárez, porque los de El Paso prefieren no pasar, prefieren quedarse y contemplar la masacre desde la malla ciclónica, como lo hacían desde los tiempos de la Revolufia, cuando se acercaban al río para ver en technicolor de “reality show” a Pancho Villa. Crucé el puente lo más rápido que pude, veía a los automovilistas en sus filas, hastiados, los guardias migratorios en las garitas revisaban los pasaportes, los perros olisqueaban los autos. Al bajar la cresta del puente, después de ver un río tan seco como una garganta de náufrago vi la bandera mexicana, se veía sucia, alicaída, como un barómetro simbólico del humor del país, pensé en que si fuera artista, haría una caricatura de la bandera goteando sangre, sería muy cursi, por eso no soy artista visual. Al otro lado me recogió mi hermano, me llevó hasta el hotel donde tendría lugar el Primer Encuentro de escritores en Ciudad Juárez. El encuentro tiene el objetivo de reposicionarse de los espacios de la ciudad, de hacer lecturas de poesía y narrativa en los espacios públicos: escuelas, camiones de transporte público, parques. El evento fue organizado por el esfuerzo de Edgar, Antonio y Yuvia, verdaderos héroes de la ciudad. Las lecturas se llevaron a cabo en los primeros días en el Hotel Holiday Inn Express y en las tardes en la Cafebrería Sol y Luna donde hubo un encuentro entre generaciones de escritores, una especie de pugilato a fuerza de palabras y camaradería. Mientras algunos bares en la ciudad estaban cerrados, esta torre de la cultura estaba lleno de escuchas de poesía y narrativa. Las noches se dedicaban a esta esgrima de lecturas. El domingo fue de lecturas en el Monumento a Benito Juárez en el marco del Bazar cultural y un emotivo homenaje a la poeta Susana Chávez que fue asesinada en la ciudad. También sirvieron de sede la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez y la Universidad Regional del Norte.


Juárez es una ciudad medio muerta (aquí ayuda la expresión, pero también, medio viva) se ha quedado vacía por la violencia, por la constate revisión en los retenes, por parte de policías municipales, policías federales, militares. Juárez ya era una ciudad donde la identidad ya de por sí estaba en constante fricción, al cruzar el puente internacional se quiere saber quién es, a dónde va. Ahora también ese mismo rigor existe en cada esquina, los militares esperan, ven desde sus máscaras negras bajo el calor infernal, armados hasta los dientes, los federales nos miran buscando el rostro de un sicario, distinguiendo a los ciudadanos comunes, a los que hacen que la ciudad se siga moviendo. Me decía un ciudadano: es que si los extorsionadores queman los negocios, ellos mismos no van a tener dónde comprar cervezas, dónde comprar comida, se colapsa todo. Ahora ya todos pagan, dicen, pagan por protección a los extorsionadores. De hecho, dicen, los camiones que bloquean las calles son para que no vengan los sicarios de otro bando a proteger a los extorsionados. Y todos juran, a pesar de lo que dice el gobierno, que el mismo Estado protege al cártel de el Chapo. Pero hay muchas teorías, los juarenses se han convertido, sin quererlo, en especialistas de teorías del rumor. Calderón, dicen, expuso a los diversos carteles, a los líderes, antes nadie sabía quienes eran, ahora todos tienen rostro y nombre. Los juarenses son decididos, han empezado a salir de sus casas y a reactivar la vida nocturna, antes estaban atrincherados en sus casas. Imagino el cambio social que significa el que no haya espacios para la socialización, porque los que pueden se han ido a El Paso, allá sí se ha activado la noche. El Paso está boyante porque se ha beneficiado de la desgracia de Juárez, pero prefieren mantenerlos como el patio trasero, la casa chica y fea a la que nunca se visita.
           

Fui a una lectura de poesía en el consulado de Estados Unidos. El consulado es uno de los más grandes del mundo, funciona como una embajada, nos dice la amable agregada cultural, tiene un trasiego enorme de personas que buscan su residencia en los Estados Unidos. En los linderos del consulado se levantan hoteles, restaurantes, para ayudar a todos los visitantes que tienen que hospedarse por una semana en la ciudad para arreglar sus papeles. Para entrar al consulado hay que dejar todo instrumento tecnológico: celulares, cámaras. El consulado por dentro sigue los mismos códigos de construcción norteamericana y esto se ve de inmediato. Pienso que en México no existe ese código o sólo en unas partes, las más caras, pero en otras el código es ausente y todo parece improvisado, las banquetas, los edificios. Los guardias todos son mexicanos, de una compañía de seguridad, llevan boinas, armas, nos hablan a través de un vidrio a prueba de balas (y de palabras). Adentro me tomaron una fotografía para el periódico local. No entiendo por qué en México la cultura siempre se cubre por espectáculos, tal vez porque somos sólo espectáculo. La reportera gráfica me pidió mi nombre, le di mi nombre y apellido, pero me dijo, no, sólo el nombre. Alguien dijo, que ya no ponen los nombres en el periódico, para que “no los identifiquen los malos”. Veo un periódico que está en una mesa y en efecto, solo hay Juan, Pepe y Lucía. (Me dice mi hermano, ocurrente, que cuando viene Calderón, sólo le ponen en el pie de foto: Felipe)  La ciudad no sólo va despareciendo en forma de edificios cerrados, negocios clausurados o quemados, también la identidad de las personas entra lentamente al terreno de lo fantasma, a la desaparición paulatina de quienes somos. En el futuro, siendo exagerado, sólo saldrán números: ciudadano femenino uno, ciudadano masculino dos. O de plano usaremos máscaras para ocultar nuestra identidad y confundir a “los malos”.


En la mañana fuimos leyendo en el “transporte público” nombre muy sofisticado para las “ruteras”. Las ruteras son camiones antiguos de verdadero transporte de escuelas en Estados Unidos que encontraron una segunda vida en las calles de Juárez, después de ser pintadas de verde o azul y bautizadas como la “Juárez aeropuerto” “Centro” etc. El interior de las ruteras consiste en un conductor que hace lo que puede para recolectar pasajeros. El interior tiene algunos asientos, otros están pintados, acuchillados, grafiteados, otros están rotos, tienen respaldo pero no asiento o viceversa. Este camión se convierte ahora en una sala de lectura de poesía. Cada uno de los escritores lee un poema, con un libro en la mano y con el otro agarrado del pasamanos. La gente escucha, unos adolescentes preguntan de dónde venimos. En un momento se sube un paletero y peleamos por la atención de los pasajeros: “bolis, paletas, nieves, agua” dice el señor que se baja a la otra esquina. Al terminar de leer mi poema, en un arranque de felicidad por estar en lo que es ya mi mejor lectura de poesía en la vida, grito ¡bajan! al final de poema y en efecto el camión se para unas cuadras después (los frenos se lamentan, pero sirven) a recoger pasajeros. Alguna vez yo fui pasajero de esas rutas y la verdad se agradece todo tipo de entretenimiento siempre y cuando no exijan dinero al final. Finalmente nos bajamos frente a la gasera “Z” lo cual me pone absurdamente nervioso, por cierto grupo criminal con esa misma afinidad alfabética. Para colmo, el guardia del lugar nos mira con una intensidad de película de malo de “viejo oeste”. Lo saludo con un “jao” gestual con la mano, al estilo nativo-americano para suavizar su paranoia, pero ni se inmuta. Me parapeto en una sombrita que ofrece un pino amarillo (¿pues qué no son evergreens?).  Unos minutos después llega una camioneta donde se baja una mujer y conduce un hombre. ¡Súbanse! nos dicen. Mi compañera Carmen, pregunta justamente: ¿Y ustedes quiénes son? Explican que vienen a recogernos de la biblioteca comunitaria Ma’Juana. Nos subimos todos, ensardinados pero felices de no estar allí esperando en medio de esa calle. Llegamos a la biblioteca, nos esperan unos niños. El lugar es un bastión de la resistencia, un monumento al coraje y a la creatividad. Es una biblioteca levantada por la buena voluntad de convencidos de que la cultura es lo que salva al hombre, de que la transformación del ser humano empieza en la lectura, y en la lectura temprana. El lugar es una casa que no alcanzó el “desarrollo” de los “magos” que planean las ciudades, tiene un baño, una cocina, hay una biblioteca con libros para niños, la mayoría, con un patio para lecturas, para eventos. Veo en este lugar la creación de un cambio para el país. No en eventos culturales que gastan millones para traer a un cellista húngaro a la ciudad donde sólo los ricos tienen para comprar esos boletos, sino allí, en la formación de lectores jóvenes. Este lugar conmueve y llama a la acción, si el gobierno quiere enjaretarnos una guerra y los “malos” quieren agujerarse de balas, la sociedad quiere libros, quiere amabilidad vecinal, quiere misericordia y lectura. Leer es el acto más revolucionario y escribir es la revolución. Bien dijo Edgar, uno de los organizadores en el texto de inauguración: Escribir es resistir. 

Esa tarde hubo otras mesas de poesía. Las mesas de poesía teóricamente son una oportunidad para conocer el trabajo de otros poetas, de oírlos de viva voz. Pero prácticamente requiere de tazas de café para mantener la atención fresca, para no perderse en el sopor del calor, que en Juárez es cosa seria. En la noche nos invitaron a la casa del bisnieto de Pancho Villa. Sí, el bisnieto de la última esposa del Centauro del norte. La casa estaba en el campestre que es el barrio más “pituco” (como dicen en Perú) de Juárez. La casa tenía paredes de madera, fotografías del bisnieto en trajes típicos de la revolución. “A este si le hizo justicia la Revolución”, dice Willivaldo, siempre suspicaz. Es cierto, la casa tiene esos adornos que denotan cierta holgura económica mezclada con cierto antiguo aburrimiento. Pero soy débil a la generosidad humana, aún cuando a cambio hay que escuchar discursos. El bisnieto dio un discurso largo, agradecido con sus amigos y vi rasgos del bisabuelo cuando se conmovió hasta las lágrimas. Hay una fascinación en ver los rasgos parecidos, ver que en ese cuerpo viven los genes de uno de los héroes de la patria.
           

Dos de mis hermanos todavía viven en Ciudad Juárez. Llevan a sus niños a la escuela y ellos a trabajar, en un acto de fe, esperando que no pase nada, que las balas apunten para otro lado y que los “malos” se alejen de las escuelas, cosa difícil, porque todos en Juárez sabes que cuando toca, toca. Nadie está a salvo, todos están secuestrados por el hampa y por los que combaten el hampa, que algunas veces pisan de ambos lados. Unas señoras que esperaban a sus hijos afuera de una escuela fueron baleadas unas semanas atrás. Mientras esperaban a sus hijos en ese acto maternal que debe estar protegido hasta por los que no tienen escrúpulos. Pero así deben ser los días cotidianos en el infierno, una tragedia de mayor bajeza cada día hasta que se desintegre cada molécula humana, hasta que nos hagamos añicos.


Pero en medio de todo hay que conservar la calma, la entereza. Y para eso el pueblo juarense es bueno, no se rinden. ¿Por qué me voy a quedar en mi casa? ¿Por qué me voy a ir? Que se vayan ellos. Y la gente sale a los restaurantes, aunque una balacera pueda cruzar las ventanas y cruzar los cuerpos y las paredes y terminar con todo así de ipso facto (o como dicen aquí, en vernáculo, de chingadazo). Los jóvenes también salen a los bares, a divertirse, ¿por qué poner la vida en stand by? Algunos antros de la zona del PRONAF estaban llenos, con los “parqueros” estacionando coches, pero eso sí los retenes con los federales armados hasta las caries, protegiendo, al tanto de los temidos sicarios y sus puños de balas.


¿Que la poesía no sirve para nada? La poesía es lo que requiere la ciudad, las artes, las humanidades, cuando se pierde el rumbo de la humanidad a fuerza de guerra y masacres, hay que empezar a cauterizar con los que nos compone como humanos, con nuestras expresiones del lenguaje, de misericordia hacia los otros, de paz. Nada más pacífico que un hombre leyendo, que una persona con las manos y la mente ocupada escribiendo. En nuestra historia, en nuestra cultura, en nuestros escritores y lectores, en los niños y jóvenes, descansa lo que nos construye como sociedad y creo que cuando se habla de reconstruir el “tejido social” se debe hablar de recurrir a las letras.

Para todos los juarenses, mis respetos por su valor para encontrar la paz de lo cotidiano en medio de la violencia.
             


1 comentario:

  1. Risas y lágrimas me provocó este escrito, gracias, vivo en cd. Juárez y pienso que lo retratas muy bien.
    Alma Escárcega. Lo comento como anónimo por estar en una computadora ajena.

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